Este año me ha tocado a mí ser el que diga que no me gusta la navidad (ya saben lo que pienso de las mayúsculas). No me gusta pisar un centro comercial y oír una y otra vez empalagosos villancicos; no me gusta que el banco, la compañía eléctrica y el barrendero que no se acuerdan de mí el resto del año me deseen prosperidad; no me gusta que la excusa sea el motivo ni el desamparo de las mañanas de navidad y año nuevo. El frío sólo me apetece para curar jamones.
Agradezco, eso sí, los puestos de castañas, buscar libros de regalo (lo siento) en librerías, las cenas de navidad y fin de año, esconder los paquetes, arrebujarme para huir del frío. Pero como soy un romántico, prefiero el verano.
Ya lo he dicho, no cuesta tanto.
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