jueves, 6 de octubre de 2011

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Puede que haya una razón que se me escape, pero sabiendo como sabemos que no hay que atribuir la mayoría de los males a la maldad sino a la estupidez humana, la costumbre de colocar los bancos públicos de espaldas a la circulación es un error. Quizá es que yo tenga manías de gángster, pero me inquieta no saber quién entra por una puerta de restaurante a la que doy la espalda o no ver venir un coche que se sale de la carretera y se dirige a atropellarme.

Las personas, desde luego, comparten mis temores y son reacias a sentarse en estos bancos salvo que estén muy cansadas o tengan una urgencia (atarse los cordones, reponerse de una taquicardia).

¿Costaba tanto, era tan peligroso, situarlos de cara a la carretera? Tengo ya los años como para recordar cuando se disponían así, y la gente se sentaba a ver pasar los coches y las personas de paseo. Los muchachos comíamos pipas. Hoy apenas verían paseantes, pero sí muchos más coches que antaño; con estos bancos sólo verán ya una pared de roca o la televisión en su casa. Lo mismo da.

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