He conocido a alguien que me ha estado ilustrando sobre las prebendas, favores y privilegios de alcaldes y diputados provinciales. Me estaba enseñando un pueblo y me mostraba la piscina pública justo al lado del camping del alcalde, me señalaba un restaurante y me decía que allí casualmente paran los autobuses que fleta la Diputación Provincial cuando lleva a los ancianos a ver verdiales, me asoma a un mirador desde donde se ven decenas de chalets ilegales construidos en terreno rústico y que milagrosamente han pasado invisibles para las autoridades.
El segundo acto de esta escena fue decirme que no le va bien en su trabajo, por lo que se plantea dedicarse a la política, no porque tenga nada que aportar, sino para tener un trabajo bien remunerado y, quizá, la oportunidad de redondearlo con ingresos extra, como en su opinión, y a la vista de los hechos, hacen los gobernantes de la comarca: “para que otro se lo lleve, me lo llevo yo”, parecía decir entre líneas.
Resulta descorazonador vivir en un país con una clase política tan poco honesta y poco eficaz, tan garrula, en torno a la cual zumba un enjambre numeroso de aprovechados, cuñados y aduladores en busca de un favor por el que estar agradecidos. Pero aún más triste resulta que haya gente, mucha gente, que sin vergüenza y reconociendo esta situación sueñe con perpetuarla en su persona como la cosa más natural del mundo, sin rubor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario